Cuando parece que Morena no sabe ya qué bandera ondear, surge un nuevo distractor de manual: la intolerancia al lenguaje inclusivo. En Chihuahua, el dictamen propuesto por Carlos Olson para imponer “reglas gramaticales” y frenar el lenguaje inclusivo fue aprobado con el respaldo de PRI, PAN, PVEM y MC (17 votos a favor), mientras Morena y el PT votaron en contra (12). OEM
Lo curioso: Morena se opone, pero no por convicción lingüística sino porque sabe que ese tipo de debates les darán pantalla mediática. Cuando los escándalos de corrupción, inseguridad o huachicol fiscal estallan, los distractores culturales aparecen para desviar la atención del público.
Este tipo de propuestas —que en apariencia parecen “banales”— cumplen la función clásica de un régimen que necesita controlar la narrativa. Se trata de monopolizar el protagonismo político —quién habla, cómo habla, quién “ofende”— para evitar que se hable de lo verdaderamente grave: la corrupción sistemática, la impunidad y las fallas del gobierno.
Que Morena salga contra el dictamen lingüístico muestra que no desean los temas del lenguaje: desean el show. Y en ese show no importa tanto qué diga la gramaticalidad como quién sea el que imponga lo que se dice. En un sistema donde el poder determina hasta el habla, negar debate lingüístico es querer definir también el pensamiento.








