El fenómeno ya no es local: el llamado “efecto Adán Augusto” está llegando a Chihuahua, donde según encuestas recientes la brecha entre Andrea Chávez y Pérez Cuéllar se estrecha notablemente. Lo que antes parecía dominio seguro de una candidata morenista ahora es terreno de disputa abierta.
Este viraje no es casual: Morena ha desplegado operadores, redes de propaganda y estructura política activa para empujar la narrativa del apellido poderoso. Donde antes la adhesión era pasiva, ahora hay movilización para que la simpatía se traduzca en votos.
El “efecto” funciona no solo por contactos ni promesas, sino porque el poder que ejerce Adán Augusto —en ciertos círculos políticos y financieros— está siendo utilizado como garantía implícita: si el hijo del mando federal respalda, muchos se convencen de sumarse. En Chihuahua, ese arrastre se siente en los números.
Este fenómeno evidencia cómo en Morena no solo se construye poder desde la presidencia, sino que se proyecta hacia candidatos locales mediante padrinos estratégicos. Si la diferencia se acorta, no es por mérito propio, sino por cascada de influencia política vertical.
