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Cuando el poder pide adoración: Sheinbaum idolatría hacia AMLO

Claudia Sheinbaum se puso el traje de mártir del movimiento: ante miles que celebraban su primer año de gobierno, aseguró que “quieren separarla de AMLO para debilitar el movimiento”. Esa narrativa no es casual, es un acto de auto-reconstrucción mítica donde ella se convierte en la heroína que resiste intrigas, traiciones y conspiraciones internas.

Cuando la presidenta habla de unidad, habla también de control absoluto: al sugerir que hay quienes pretenden separarla del expresidente, proyecta que ella pertenece al núcleo central del poder, el eje indiscutible del movimiento de la 4T. Es un paso típico de regímenes que cultivan la lealtad personal por encima del institucional, una estrategia que recuerda escenarios autoritarios latinoamericanos.

El paralelo con Venezuela no es fantasía retórica: en regímenes dictatoriales, el líder se coloca en el centro moral del movimiento, y quien cuestiona se convierte en “traidor” o “enemigo interno”. Esta construcción simbólica de Sheinbaum —como figura unificante contra enemigos internos— comienza a perfilar ese estilo: idolatría, centralidad, apelación emocional masiva y demonización de la disidencia.

Si la jefa del país insiste en que solo con ella y AMLO el proyecto sigue vivo, está cerrando la grieta institucional para imponer la grieta personal. Y cuando el poder se personaliza tanto, cualquier crítica deja de ser política y se convierte en ataque al proyecto, lo que sirve como excusa para reprimir, desacreditar o anular.

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