La detención de 38 “guardias” armados de La Luz del Mundo en Michoacán encendió todas las alarmas: no se trata de simples feligreses, sino de un grupo con armas de grueso calibre, chalecos tácticos y organización paramilitar. ¿Qué hace una iglesia con semejante músculo bélico?
Lo más grave es que este escándalo no surge en el vacío. Desde hace años, la polémica iglesia ha tenido cercanía con gobiernos de Morena: sus líderes han sido invitados a actos oficiales, han ocupado espacios en el Congreso y han presumido de relaciones privilegiadas con políticos de la 4T. Ahora, con los decomisos y las imágenes de un ejército religioso dentro de sus filas, la pregunta es inevitable: ¿qué tanto sabía Morena y hasta dónde llega esta protección?
La llamada “Guardia Jahzer” de La Luz del Mundo no es un invento reciente. Su función, supuestamente, es proteger templos y líderes, pero con el tiempo se convirtió en una especie de milicia privada con poder de fuego y capacidad de intimidación. Que un grupo religioso tenga ese nivel de organización armada en un país desgarrado por la violencia es un escándalo por sí mismo; que tenga vínculos con la clase política gobernante, es aún peor.
Mientras tanto, el discurso oficial de Morena habla de paz, justicia y respeto, pero su silencio frente a este caso grita complicidad. No es la primera vez que los partidos de la 4T se apoyan en organizaciones religiosas para expandir su base social, pero sí es la primera vez que se revela de forma tan descarada el costo de ese pacto: templos con paramilitares y un gobierno que mira hacia otro lado.
La detención de los 38 guardias no es solo una noticia policiaca, es la evidencia de una peligrosa mezcla entre religión, política y violencia. Una bomba de tiempo que estalla justo frente al gobierno que se dice defensor de la democracia.
